viernes, 17 de noviembre de 2017

¿Quién hablará de nosotros cuando hayamos muerto?


Permítanme, antes de nada, que les recomiende que vayan corriendo a ver A ghost story (D. Lowery, 2017). No es una peli de fantasmas. Es una peli con fantasmas. No es una película sobre el duelo. Es una película sobre la permanencia, sobre la memoria, sobre la permanencia de la memoria y nuestra voluntad de perdurar como seres humanos. Se nos plantea qué quedará de la Novena Sinfonía de Beethoven cuando hayan pasado mil años más ¿Y qué quedará de nosotros? ¿Quién recordará nuestro paso por este mundo? La presencia de A ghost story (irónicamente presentada como uno de esos fantasmas de los cuentos infantiles, con sábana y agujeros para ver) es algo que se resiste a desaparecer, tal vez el chico que aparece al principio de la obra, tal vez el fantasma de la casa, o del lugar, o tal vez el cúmulo de vivencias que toman forma intentando seguir existiendo. Una película serena, bella como pocas, que revisa con imágenes si la existencia y la memoria tienen sentido.





Y quisiera vincularla a Marjorie Prime (M. Almereyda, 2017), que quizás se vea antes en las plataformas digitales que en las salas. Una obra que reflexiona de nuevo sobre la memoria, sobre los recuerdos que tratamos de mantener en nuestra vejez y la manera de adaptarnos a su pérdida. En Marjorie Prime un sistema informático permite enriquecer hologramas que reproducen a los seres queridos ya difuntos (pareja, madre, padre) para hablar con ellos y seguir sintiéndolos cerca. Paradójicamente, la información que se les da les llega sesgada por los recuerdos de cada interlocutor y la personalidad que se acaba desarrollando es lejana a la real. El resultado da pie a situaciones de enfrentamientos entre familiares que han desarrollado pasados ​​diferentes a raíz de lo que se ha explicado previamente en el holograma y, después, del sentido que ello ha tomado en boca de este. Algo parecido a lo que les sucede a los replicantes de Blade Runner 2049 (D. Villeneuve, 2017), incapaces de distinguir si sus recuerdos son reales o han sido implantados por otros. Así pues, ¿podemos reconstruir las memorias? ¿Basta con la tecnología para conseguirlo?

Muchas cuestiones a las que quisiéramos responder afirmativamente, como profesionales y como personas. Pero, desgraciadamente, por ahora son situaciones vitales mayoritariamente irreversibles a las que nos tendremos que enfrentar en uno u otro momento. Y ser conscientes de la fragilidad de nuestra existencia y de lo poco que somos en medio de la eternidad.

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