miércoles, 4 de junio de 2014

El abordaje de la geriatría en las facultades de medicina








Si pretendemos una transformación seria y sostenida del sistema de salud abordando avances en las prácticas clínicas que aportan valor, en la reducción del derroche por uso inapropiado de recursos, en las sobreactuaciones diagnósticas y terapéuticas, en la mayor implicación de los pacientes en las decisiones clínicas que les afectan directamente, entonces, no hay que distraerse, tenemos que ir a buscar a los estudiantes, y los tenemos que formar en estos nuevos principios y valores.

En un reciente post del blog de ​​la Sociedad Catalana de Geriatría, firmado por Esther Roquer, se informa de un ranking internacional basado en el instrumento GERINDEX de la OMS, donde el España queda situada en el grupo de países que a pesar de tener un envejecimiento elevado, observan, en cambio, escasa formación geriátrica en sus universidades (en sólo un 65% de ellas se han detectado programas específicos, obligatorios o no). Esta laguna se hace aún más profunda cuando los sistemas de salud necesitan hacer un giro radical hacia la cronicidad. Incluso he oído como alguien preguntaba: "¿Dónde aprenderemos a tratar la cronicidad?!?" o bien que se afirmaba que se necesitaría un curriculum MIR específico, como si no existiera ninguno.
Nosotros, los geriatras, intentamos aprovechar cualquier oportunidad para añadir un granito de arena, como en el caso que voy a comentar. Por fin, este año, la geriatría ha pasado de opcional a obligatoria en las facultades de medicina. Invitados por primera vez a acudir a la Unidad Docente del Hospital Vall d'Hebron de la Universidad Autónoma de Barcelona, no lo hemos dudado, y hemos transformado un, supuestamente aburrido, seminario sobre "cribaje de cáncer en personas mayores", de cuarto de medicina, en una palestra para ver cómo los aspirantes a médico se enfrentaban a decisiones complejas, como en los casos de Manuel, paciente frágil de 73 años que duda si hacerse una colonoscopia, o de Dolores, de 78, que padece una discapacidad inicial y que pide una mamografía preventiva. Tras una primera discusión en grupos, a la luz sólo de las guías y recomendaciones oficiales, pusimos a debate los siguientes argumentos:
  1. Límites de la evidencia, con estudios que obvian la gente mayor y presentan resultados de manera incompleta, en la línea de la reflexión de Cristina Roure sobre "Too much mammography" en este mismo blog. Todo esto analizando y "desmontando" un ensayo concreto sobre mamografía.

  2. Énfasis en la valoración geriátrica integral (¿y porque no incorporar alguna prueba de función física?) como base de las decisiones individualizadas y compartidas.

  3. Finalmente, de paso, mostramos el mapa de los movimientos "Right Care", aprovechando para hablar de valor, sobrediagnóstico y de sobreactuación. Temas muy oportunos para dejar googlear a los curiosos.


Vista la experiencia docente, he de reconocer que estamos en muy buenas manos: incluso a la primera, sin demasiados instrumentos, la mayoría de los estudiantes de cuarto habían enfocado bien los casos de Manuel y Dolores, en el sentido de que habrían decidido proporcionar a las dos personas de los casos, la atención adecuada, ni más ni menos. Y las preguntas, claro, son: ¿donde falla la evidencia? ¿de qué elementos disponemos para valorar al paciente mayor y establecer objetivos de salud realistas? ¿como hacer una atención centrada en la persona, evitando el sobrediagnóstico y el sobretratamiento? Al menos en el aula, pues en la vida real, lo sabemos, es otra cosa, estos asuntos se trataron de manera franca y eficaz.

Los profesionales con responsabilidades docentes y las instituciones universitarias tienen en la mesa el reto de plantear a los estudiantes, no sólo habilidades técnicas, si no el abordaje de problemas que afectan a personas mayores con necesidades sociales y sanitarias complejas. Y esto sólo se puede conseguir desde las raíces del modelo de formación de médicos y de enfermeras.

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